(Epístola 118, 3, 13).
Dios es el sumo Bien
"Quien pregunta cómo ha de llegar a la vida bienaventurada, no pregunta otra cosa sino en dónde se encuentra el fin del bien. Es decir, pregunta en dónde se halla, no por depravada y temeraria opinión, sino por cierta verdad, el sumo bien del hombre. Cualquiera ve que no puede residir sino en el cuerpo, en el alma o en Dios, en dos de estos sujetos o en todos ellos. Si descubres que ni el sumo bien ni parte alguna del sumo bien puede hallarse en el cuerpo, quedan sólo el alma y Dios como posible asiento. Si ahora sigues y averiguas que lo que se hizo del cuerpo hay que decirlo también del alma, no te quedará sino Dios como sede del sumo bien del hombre. No es que no haya otros bienes, sino que se llama bien sumo aquel al que los otros dicen referencia. Se es bienaventurado cuando se goza de ese bien, por el cual se quieren poseer las demás cosas, mientras que a ese bien ya no se le ama por otro, sino por sí mismo. Por eso se dice que el fin está en Él, ya que no se encuentra otro a quien referirlo ni a quien reducirlo. En Él está el sosiego de la apetencia, la seguridad de la fruición y el gozo serenísimo de la óptima voluntad"
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