Somos su heredad

"¡Oh Señor, Dios mío!; para que lleguemos a ti, haznos felices con tu felicidad. No queremos la que procede del oro, ni de la plata, ni de las fincas; no queremos la que procede de estas cosas terrenas, vanísimas y pasajeras, propias de esta vida caduca. Que nuestra boca no hable vanidad. Haznos dichosos de no perderte a ti. Si te poseemos a ti, ni te perdemos, ni perecemos. Haznos dichosos con la dicha que procede de ti, porque dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Tampoco Él se aíra si llegamos a decir que Él es nuestra finca, nuestra posesión. Leemos que Dios es la parte de mi heredad. Cosa sublime, hermanos; somos su heredad y es nuestra heredad, porque nosotros le adoramos a Él y Él nos cultiva a nosotros. No significa para Él ninguna afrenta el cultivarnos, porque si nosotros le adoramos a Él como nuestro Dios, Él nos cultiva a nosotros como campo suyo. Y para que sepáis que Él nos cultiva, escuchad a aquel que nos envió: Yo soy, dijo, la vid y vosotros los sarmientos; mi padre es el agricultor. Luego nos cultiva. Si damos fruto, prepara el hórreo; si, por el contrario, quisiéramos permanecer estériles con tan experto agricultor, y en lugar de trigo produjéramos espinas... No quiero decir lo que sigue" 
(Sermón 113, 6)

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