Todo confiesa tus maravillas

“Los cielos confesarán tus maravillas, ¡oh Señor! Los cielos no confesarán sus méritos, sino tus maravillas, ¡oh Señor! En toda misericordia a favor de los criminales, en toda justificación de los impíos, ¿qué alabamos sino las maravillas de Dios? Alabas porque resucitaron los muertos; alaba todavía más, porque fueron redimidos los inicuos. ¡Cuán inmensa es la gracia, cuán inmensa es la misericordia de Dios! Ves a un hombre entregado ayer a la vorágine de la embriaguez, hoy lo vemos adornado de la sobriedad. Ves a un hombre que ayer blasfemaba de Dios, hoy le contemplamos alabándole. Ves a un hombre que ayer adoraba a la criatura, hoy adora al Creador. Así desisten los hombres de todas estas incredulidades; no miren sus méritos; se hagan cielos; cielos que confiesen las maravillas de Aquel por quien fueron hechos los cielos. Porque veré –dice- los cielos, obra de tus dedos. Los cielos confesarán tus maravillas, ¡oh Señor! Para que conozcáis que los cielos han de confesar, ved en dónde confiesan, pues prosigue: Y tu verdad en la Iglesia de los santos. No hay duda que los cielos son los predicadores de la verdad. Pero ¿en dónde han de confesar tus maravillas y verdad? En la Iglesia de los santos. Reciba la Iglesia el rocío de los cielos; lluevan los cielos en la tierra sedienta, y produzca, al recibir la lluvia, frutos buenos, obras buenas; no produzca espinas en recompensa de la buena lluvia para que así no espere el fuego en lugar del granero. Confesarán los cielos tus maravillas, ¡oh Señor!, y tu verdad en la Iglesia de los santos. Luego los cielos confesarán tus maravillas y verdad. Todo lo que anuncian de ti procede y tuyo es; por lo mismo, predican seguros. Conocen, pues, a quien predican; por eso no pueden avergonzarse de lo que predican”
(Comentario al salmo 88, 1, 6).

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