“Leemos en la Escritura: Esto diréis confesando: Todas las obras de Dios son buenas. Luego esta confesión es de alabanza. En otro lugar también dice el mismo Señor: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra. ¿Qué confesaba? ¿Por ventura pecados? El confesar de Cristo era alabar. Oye la alabanza hecha al Padre: Te alabo –dice- porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y se las revelaste a los párvulos. Luego como después de estas angustias debidas a la corrupción hemos de habitar en la casa de Dios, toda nuestra vida no será más que alabanza de Dios. Se os dijo ya muchas veces que, desaparecida la necesidad, todos los ejercicios u ocupaciones de la necesidad caen por su base, porque no habrá allí otra cosa que hacer. No digo en el día y en la noche, porque allí no hay noche, sino en el día, y, puesto que solo hay día, no habrá otra cosa que hacer si no es alabar a quien amamos, porque entonces también le veremos. Ahora deseamos al que no vemos; entonces ¿de qué modo alabaremos al que vemos y amamos? La alabanza no tendrá fin, porque no lo tiene el amor”
(Comentario al salmo 141, 19).
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