"Yerran los que opinan que Dios ordena esto por su propio interés o regocijo. Con motivo se extrañan de que Dios cambie estas cosas, como si por su gusto mudable ordenase que en el antiguo tiempo se le ofreciese una cosa y en el presente otra. Pero ello no es así. Por eso es verdadero Señor, porque no necesita de su siervo, y, en cambio, su siervo necesita de Él. En esa Escritura que llamamos Antiguo Testamento y en aquel tiempo en que se ofrecían aquellos sacrificios que ya no se ofrecen, se dijo: Dije al Señor: Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes. Luego no necesitaba Dios de aquellos sacrificios, ni necesitaba jamás de nada ni de nadie. Se trata de símbolos de las realidades que Él reparte, ya infundiendo virtudes en el alma, ya para conseguir la salvación eterna. La celebración y ejecución de esas acciones simbólicas son obligaciones de piedad para utilidad nuestra y no de Dios"
(Epístola 138, 1, 6).
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